¿A qué nos lleva el texto?
(matrimonio, tres hijos, él trabaja, el matrimonio pertenece a comunidad cristiana y a movimiento seglar)
Este relato del Evangelio, está lleno de detalles que se producen en el marco de la última cena del Señor, el que da sentido a nuestras actuales Eucaristías. Sin embargo no nos es nada fácil, cada vez que “vamos a misa” revivir o conmemorar la situación que vivió Jesús o sus amigos, en aquella tarde-noche, ni siquiera en el momento de la cena. Probablemente no lo facilite la disposición que adoptamos en la iglesia (unos bancos detrás de otros todos mirando a un altar, a modo de mesa, lejano). Tampoco ayuda el no conocer a quienes tenemos al lado, un pan que no se parece al que es la base de nuestra alimentación y un vino que solo intuimos que está por la copa, generalmente de metales nobles, en la que se vierte.
Sin embargo ese pan y ese vino, creemos que se convierte en el mismo cuerpo y sangre de Jesús, que quiere dar la vida por nosotros. Difícilmente hay algo más tangible de una persona.
Para actuar desde la Palabra de esta semana, os proponemos acciones muy tangible, “físicas”, con un simbolismo equivalente a lo que hemos leído que sucedió.
-Vayamos al centro regional de transfusión sanguínea más próximo: una vez allí donemos nuestra propia sangre. Va a ayudar devolverle la salud a alguna persona, a darle vida. Mejor aún, decidámonos a donar plasma (lo podremos hacer con más frecuencia). Puede ser este un hermoso gesto muy concreto, que nos recuerde que estamos llamados a dar nuestra vida por los demás, al igual que creemos que Jesús la dio por toda la humanidad.
-Mostremos nuestro consentimiento para convertirnos en donantes de médula. En la mayoría de los casos, la donación nunca se hará efectiva porque difícilmente habrá alguien con una genética compatible a la nuestra que lo necesite. Pero si la coincidencia tiene lugar, quizás seamos nosotros, sea yo, el único que puede salvar la vida de alguien, que al igual que yo, es hijo del mismo Padre.
-Hagámonos donantes de órganos. Parte de lo que tú has sido y que es regalo de Dios, podrá seguir dando vida, salvando la vida…
-Analicemos la realidad que nos rodea. Entre los ancianos, entre los enfermos, entre los niños, entre los padres, entre los que están solos… alguien necesita que tú y yo nos demos para que tenga vida. Reserva esos momentos en los que te harás presente con esa persona o esas personas concretas. Son el mismo Cristo que sufre. Ellos necesitan de ti, que te partas y te repartas.
-Celebremos cada día de esta semana la Eucaristía. Sintamos como se nos dice a nosotros… “Tomad este es mi cuerpo…” Y sería estupendo si podemos dedicar un tiempo a la oración ante el Sagrario.
Pidamos al Señor Sacramentado, que nos ayuda a actuar como Él, dedicando nuestra vida a dar vida para que otros tengan vida. Hallaremos así el sentido pleno a nuestra existencia.