SEGUNDO PASO: MEDITATIO

¿Qué nos dice el texto?

Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.

DESDE LA PAZ

(Mujer, soltera, pertenece a comunidad cristiana y movimiento laical)

El protagonista de la parábola del “rico insensato” es un terrateniente como aquellos que conoció Jesús en Galilea. Hombres poderosos que explotaban sin piedad a los campesinos, pensando sólo en aumentar su bienestar. La gente los temía y envidiaba: sin duda eran los más afortunados. Para Jesús, son los más insensatos.

Sorprendido por una cosecha que desborda sus expectativas, el rico propietario se ve obligado a reflexionar: «¿Qué haré?». Habla consigo mismo. En su horizonte no aparece nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos que trabajan sus tierras. Sólo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi vida…

El rico no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo deshumaniza vaciándolo de toda dignidad. Sólo vive para acumular, almacenar y aumentar su bienestar material: «Construiré graneros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come y date buena vida».

De pronto, de manera inesperada, Jesús hace intervenir al mismo Dios. Su grito interrumpe los sueños e ilusiones del rico: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Ésta es la sentencia de Dios: la vida de este rico es un fracaso y una insensatez.

Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero empequeñece y empobrece su vida. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe dar ni compartir, sólo acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?

La crisis económica que estamos sufriendo es una “crisis de ambición”: los países ricos, los grandes bancos, los poderosos de la tierra… hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades, soñando con acumular bienestar sin límite y olvidando cada vez más a los que se hunden en la pobreza y el hambre. Pero, de pronto nuestra seguridad se ha venido abajo.

Esta crisis no es una más. Es un “signo de los tiempos” que hemos de leer a la luz del evangelio. No es difícil escuchar la voz de Dios en el fondo de nuestras conciencias que nos dice: “Basta ya de tanta insensatez y de tanta insolidaridad cruel”. Nunca superaremos nuestras crisis económicas sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar.

La actitud ambiciosa del rico insensato desata violencia y guerra, como lo estamos experimentando en Colombia y en otros muchos lugares del mundo. En el Chocó, Colombia los indígenas, las comunidades negras y los campesinos viven una grave crisis humanitaria, que está poniendo en riesgo su vida. Vivir como Dios quiere significa implementar mecanismos que nos lleven a una redistribución equitativa y sustentable de los bienes de la creación, pues no somos dueños absolutos de nada y mucho menos de nadie. ¿Qué bienes son indispensables en nuestra vida? ¿Cómo los compartimos con los necesitados?

DESDE EL SÍNODO 2021-2023 “Por una Iglesia sinodal”

(hombre, casado, 2 hijos, pertenece a comunidad y movimiento seglar)

Tener. Uno mira la tele… tener. Mira los periódicos…tener. Los modelos de felicidad social… tener. Y tener, ¿para qué? Mi abuela -benditos abuelos que esta semana han celebrado su día grande- siempre decía “tanto trabajar para al final morirse uno”. Cuando era más joven no entendía esta frase y hasta cierto punto me irritaba escuchársela porque soy de los que piensa que el trabajo es un ejercicio indispensable para el desarrollo y la dignidad humana y que, a pesar de los cansancios y quebraderos de cabeza que acarrea, es totalmente necesario. Además, ella fue siempre una mujer luchadora y no me parecía que encajara esta afirmación con el testimonio de tantos años de brega. 

Sin embargo, con el tiempo, creo que entiendo mejor que lo que quería decir era otra cosa menos literal. Probablemente se refería a que ponemos nuestros esfuerzos en cosas que, a la larga, no nos hacen felices ni de lejos. Se pueden tener los graneros hasta los topes, e incluso tener que construir nuevos porque se han quedado pequeños; pero la vida sigue siendo frágil y cuando menos los esperamos nos recuerda que no somos sus dueños (seguro que todos tenemos algún ejemplo cerca que desgraciadamente nos lo ilustra). El cielo, al que esperamos llegar algún día, no es un club privado de “ricachones” que pueden permitirse el lujo de agradar a Dios siendo muy “solidarios” y “generosos”. Nuestra riqueza debe ser otra. 

Jesús en este evangelio nos advierte contra la codicia porque el deseo excesivo por las cosas materiales nos descentra de Dios, simple y llanamente pone nuestra voluntad lejos de la suya. Desear ciertas cosas y avances en la vida es bueno y necesario, nos da metas para seguir avanzando y esforzándonos…pero no han de convertirse en “otro dios” que, en el fondo, y como nos advierte el Señor, nada aporta a nuestra salvación definitiva. Haciendo un paralelismo con la frase de mi abuela, diría que ser rico ante Dios es llegar al final de tus días y poder decir con orgullo “tanto trabajar para al final salvarse uno”. Vivir con esta perspectiva es muy diferente, no porque nos hagamos merecedores del cielo como si fuese un premio que debe dársenos en recompensa por el esfuerzo; sino porque precisamente ese esfuerzo por vivir según Dios es lo que nos llevará hasta el cielo. 

Cuidado con ser una Iglesia codiciosa, y con los codiciosos en la Iglesia, porque alejan de Dios a muchas personas con sus graneros llenos y manos vacías. Haríamos bien  en preguntarnos, en esta corriente sinodal que estamos viviendo, cómo pensar menos en tener los almacenes llenos y más en cómo poner en el centro del diálogo con el mundo [del tener] la cuestión de la salvación -prácticamente olvidada-, de modo que cada uno diga “ahí está mi tesoro”.

DESDE EL CUIDADO A LOS MAYORES

(Hombre soltero, implicado en cuidado y acompañamiento de mayores, pertenece a comunidad y movimiento seglar)

Este texto me habla de cosas muy mundanas. Me habla de herencia, de guardar bienes para el futuro. Pero también me habla de la necedad de confiar en lo que tengo almacenado para garantizarme una vida placentera. Desde la perspectiva del cuidado de los mayores, este texto tiene para mí dos cosas que pueden parecer contradictorias.

En primer momento se habla de “bienes almacenados para muchos años”. En una primera lectura, esto no me parece a mí del todo mal. El futuro nos puede deparar una disminución de ingresos (aunque tengamos una pensión de jubilación, ésta va a ser inferior a los ingresos por trabajo) y generalmente un incremento de los gastos. Las enfermedades, que nuestro cuerpo esté cada vez peor implica una serie de gastos en personas de ayuda, en movilidad y en otras muchas cosas. Por eso, tener unos ahorros se me antoja muy necesario.

Pero le respuesta a este almacenamiento de bienes por parte de Jesús no es nada positiva: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma”. Esta es otra gran verdad que muchas veces olvidamos. Nos parece que somos fuertes, que nuestro cuerpo está lleno de energía y que, aunque vayamos teniendo nuestros pequeños achaques, los iremos superando y podremos seguir viviendo como hasta ahora. Tengo suficientes casos a mi alrededor de cómo la salud te da un zarpazo y de cómo tu vida cambia de forma radical de un día para otro (si es que no se acaba de forma repentina). Por eso, el almacenamiento de bienes puede ser una inutilidad. De nada nos van a servir cuando ya no tengamos vida.

En la vida con nuestros mayores no existe el mañana. Existe sólo el hoy. Pensamos y hablamos del mañana, pero sabemos que todo está condicionado, que la vida cambia de un día para otro. Por eso la última frase es la que da la clave de vida: “Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios”. Este mensaje va especialmente destinado a los que no nos consideramos “mayores”. Tantas veces hacemos planes para un futuro, tantas veces construimos nuestros “graneros” en los que almacenar nuestro “grano”. Hoy este texto me invita a vivir en el hoy, a no pensar mucho en el mañana porque no sé qué me deparará. Y, sobre todo, a atesorar esos bienes que Dios nos regala. Esos que ni se compran con dinero, ni se ganan con esfuerzo. Esos que sólo el amor, la generosidad y el servicio pueden adquirir.


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