SEGUNDO PASO: MEDITATIO

¿Qué nos dice el texto?

Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.

DESDE LA PAZ

(Mujer, soltera, pertenece a comunidad cristiana y movimiento laical)

En el evangelio de hoy Lucas nos recuerda la importancia de la oración. En una sociedad en la que se acepta como criterio casi único la eficacia, el rendimiento o la utilidad inmediata, la oración queda devaluada como algo inútil. Fácilmente se afirma que lo importante es «la vida», como si la oración perteneciera al mundo de «la muerte». Sin embargo, necesitamos orar. No es posible vivir con vigor la fe cristiana ni la vocación humana sin alimentarnos interiormente. Tarde o temprano experimentamos la insatisfacción que produce en el corazón humano el vacío interior, el aburrimiento de la vida o la incomunicación con el Misterio. Necesitamos orar para enfrentarnos a nuestra propia verdad y ser capaces de una autocrítica personal sincera. Necesitamos orar para irnos liberando de lo que nos impide ser más humanos. Necesitamos orar para vivir ante Dios en actitud más festiva, agradecida y creadora.

En el Padre Nuestro, Jesús enseña a sus discípulos las palabras para orar pidiendo el sustento cotidiano al Dios providente, junto con el perdón de las transgresiones cometidas. Dios puede llamarse Padre porque cuida de sus hijos acompañándolos y dándoles el sustento día tras día. La idea espiritual de fondo es la de mantener viva la conciencia del orante respecto a Dios, en el reconocimiento de su fragilidad y la necesidad de trabajar por su sustento; se recurre a la providencia sin negar el compromiso de trabajar por la autosuficiencia alimentaria. Lo mismo ocurre respecto del perdón, tan indispensable en la casa paterna. Los hijos pertenecen a esta casa en cuanto cumplen sus deberes filiales y fraternos, cuya mejor expresión es perdonar a los ofensores porque ya han sido perdonados. 

La oración dibuja las relaciones de la alianza familiar con Dios que ha de acompañar la casa discipular, es decir, la Iglesia. La alianza sustenta la vida de cada persona que, a su vez, se compromete a velar por los demás; a pesar de la continua tentación a desistir y abandonar el camino de santificación comunitaria, la oración de Jesús invita a no dejarse vencer por el mal. Quien ora revive su conciencia de criatura precaria necesitada de la gracia, con la certeza de que el Padre lo sostendrá. La oración nos lleva a la PAZ porque nos abre a la solidaridad, trabajando por el sustento de todos y al perdón de las ofensas recibidas porque hemos experimentado el perdón de Dios.

Felices si somos capaces de experimentar en lo profundo de nuestro ser la verdad de las palabras de Jesús: «Quien pide está recibiendo, quien busca está hallando y al que llama se le está abriendo».

DESDE EL SÍNODO 2021-2023 “Por una Iglesia sinodal”

(hombre, casado, 2 hijos, pertenece a comunidad y movimiento seglar)

Hace no mucho realicé un curso en el que el profesor nos decía que Jesús, a diferencia de otros maestros de su época, no se había dedicado inicialmente a enseñar a orar de una determinada manera o siguiendo un método concreto, como si la oración fuera un simple hábito, parte de la rutina de cada día. Decía que Jesús simplemente se había dedicado Él mismo a orar constantemente (sin “escaquerase” ni un sólo día) y de un modo tan intenso que los discípulos desearon aprender a hacerlo también ellos igual. Podríamos decir que consiguió que tuvieran ganas de orar “por contagio”, que ya quisiera yo para los alumnos del cole…

Y al hacerlo les enseña una oración, que comparativamente con los salmos o textos que recitaban los judíos se ve bastante sencilla. Entonces, ¿dónde reside el valor de esta oración que rezan millones de personas todos los días en las más insospechadas lenguas? Pues en que el Padrenuestro sitúa a quien ora en una cercanía grande con Dios al llamarlo Padre y dirigirse a Él se convierte en un ejercicio de comunicación íntima. Una actitud como la de Marta la semana pasada ayuda a entender que no está la cosa tanto en saber repetir una determinada fórmula, sino en abrirse a la escucha de Dios y dirigirnos a Él con la inocencia -y también eficacia- de un niño con su padre; en este sentido con el Papá del cielo. La lógica es sencilla. Por qué pedir, porque hay quien da. Y este a quien se halla en la oración es un Padre que siempre está dispuesto a responder a quien le busca de corazón con la acción del Espíritu para santificar su vida. 

Una pregunta me rondaba estos días preparando el comentario: ¿Qué le pedimos a Dios para la Iglesia? ¿Qué creemos que necesita para cumplir mejor con su misión de salvación de las almas para que todos lleguemos al abrazo con nuestro Abbá? ¿Qué nos gustaría que cambiara y se transformara para que fuera más santa? Que se nos olvida, pero la Iglesia también necesita que la sueñen y pidan a Dios por ella. 

Entonces vuelvo a mirar a Jesús y me doy cuenta que el efecto de la oración es precisamente que Dios, a través de la acción del Espíritu en cada uno de nosotros, cuando nos alineamos con su voluntad, va realizando su plan con los mimbres que le ofrecemos. Por eso, nos lo dice el Papa, la renovación de la Iglesia empieza con la transformación personal, que sólo es posible desde la comunión en el Amor. 

El resto es grande, casi puede parecer imposible, pero Dios siempre responde a quien confía en Él…y si no que se lo digan a tantos santos que nos precedieron e hicieron posible la Iglesia que tenemos hoy a base de tocar y tocar a la puerta.


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