SEGUNDO PASO: MEDITATIO

¿Qué nos dice el texto?

Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.

DESDE LA PAZ

(Mujer, soltera, pertenece a comunidad cristiana y movimiento laical)

Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, y esto me lleva a preguntarme: ¿en qué Dios creo? Quizás la imagen de Dios que tengo no me esté ayudando en mi proceso de madurez cristiana. Hay muchas imágenes de Dios que distorsionan la gratuidad de su amor y su gran misericordia. Por ejemplo si creo en un Dios que castiga, tendré la tendencia a condenar a quienes considero dañinos. Si creo en un Dios distante y distinto, seguramente viviré mi fe alejado de la realidad e indiferente a la comunidad. Si creo en un Dios que lleva cuentas del mal, dejaré que me domine la culpa y haré lo mismo con mi prójimo. Si creo en un Dios milagrero, me será difícil asumir responsabilidades y viviré atenida.

Mi experiencia evangelizadora en el Equipo Misionero Claretiano del Medio Atrato, Chocó, Colombia, inició en diciembre de 1.981, cuando tenía 28 años. Pertenezco a una familia sencilla y humilde donde aprendí desde pequeña los valores cristianos, sin embargo la imagen de Dios que predominó por algún tiempo era la de un Dios que castiga y eso me llevaba a señalar internamente a las personas en buenas y malas. No me sentía muy conforme porque a veces personas señaladas como malas realizaban acciones de bondad hacia otras personas y en ocasiones las denominadas buenas cometían injusticias. Oraba, meditaba y buscaba personas y lugares para encontrar la luz. Poco a poco me fui acercando a la imagen de un Dios cercano, que siempre está a nuestro lado, que nos ama y nos perdona sin poner condiciones y que su anhelo es que tengamos vida y vida en abundancia. 

Durante mis años de vida misionera esta imagen de Dios se fue agrandando en mi alma y en mi corazón, a tal punto que a todas las personas las considero hermanas y hermanos, hijos del mismo Padre, y por tanto portadores de la misma dignidad y derechos. El amor y el perdón, recibido de Dios, lo debemos transmitir para construir la paz. Si practicáramos el amor y el perdón no existiría discriminación, ni racismo, desaparecería la violencia, la ambición, la exclusión, y por supuesto viviríamos mucho más felices.  

DESDE EL SÍNODO 2021-2023 “Por una Iglesia sinodal”

(hombre, casado, 2 hijos, pertenece a comunidad y movimiento seglar)

Que la Iglesia es muy sabia lo sabemos todos (sí, es verdad que sus fallos tiene…pero superados con creces por tanto bueno; ¡que a veces lo olvidamos!). Sin embargo, en domingos como este lo demuestra más todavía. 

Nos metemos ya en el tiempo ordinario, pero lo hacemos comenzándolo con una fiesta: la Santísima Trinidad. Y digo que la Iglesia es sabia porque nos hace entender que esa manifestación plena de la Trinidad, que se nos ha regalado en la Pascua, tiene toda su repercusión en nuestra vida “ordinaria”. El Espíritu nos sigue guiando y comunicando la voluntad de Dios para nuestro día a día, pero no como un consejero de lo cotidiano; sino indicándonos por dónde se avanza en el camino de la santidad.

Pretender explicar el evangelio de Juan, con toda su riqueza simbólica y dialéctica sobre la inhabitación mutua de las Personas de la Trinidad es, cuanto menos, osado si uno no es un buen biblista (que no es el caso). Pero comparto una idea que me surge después de meditarlo: Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo; se ha autocomunicado -y sigue haciéndolo- para llamarnos a la Vida que ya hemos saboreado en la Pascua y que sabemos que nos colma el corazón. 

Y, sin embargo, muchas veces se nos olvida, pero tenemos a la Trinidad en diálogo con nosotros. El Misterio de Amor último que sustenta todo, que es plenitud de Ser, permanece continuamente revelándose y esto pide de nosotros una actitud de escucha atenta, más aún, de contemplación.  

Desde la perspectiva de la sinodalidad, que retomamos esta semana, cabe preguntarse si en lo cotidiano de tantas y tantas acciones eclesiales verdaderamente estamos abiertos a la escucha y la contemplación del Espíritu, para ayudar a que el Resucitado se transparente en la vida de tantos. La sinodalidad, antes que un conjunto de “tareas” de reflexión, es una invitación a esta contemplación de cómo Dios es y a caminar coherentemente con Él. 


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