¿Qué nos dice el texto?
Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
DESDE LA FAMILIA (Exhortacion posinodal “Amoris Laetitia”)
(mujer, casada, 3 hijos, pertenece a comunidad y movimiento seglar)
Este evangelio me sugiere dos llamadas:
Una, a aprovechar el tiempo al máximo; la otra, a ser signo del amor de Dios en medio del mundo.
Jesús dice: “me queda poco de estar con vosotros”… El valor del tiempo es tan relativo; podemos perder horas en cosas innecesarias a lo largo del día, y cuánto se valoran unos segundos cuando queda poco tiempo y hay mucho que hacer. Darle valor al tiempo es como “tirar un triple” en un partido de baloncesto antes de que suene la bocina en el ultimo segundo perdiendo de dos: el segundo que tarda la pelota en recorrer la distancia que separa la mano del aro se hace eterno, la ilusión de los jugadores y espectadores se concentra, la vida casi se paraliza en ese segundo…, y es eso, solo un segundo, pero vivido con la máxima intensidad.
Si viviéramos la presencia de Dios en nuestra vida con la intensidad de ese “triple”, seríamos el mejor signo del amor de Dios en el mundo. Los matrimonios estamos llamados a eso, a ser signos visibles de algo invisible: a amarnos entre nosotros como Dios nos ama. Ojalá sepamos aprovechar nuestro tiempo aquí en la tierra para mostrar con nuestra forma de vivir cuánto nos ama Dios.
DESDE LA PAZ
(Mujer, soltera, pertenece a comunidad cristiana y movimiento laical)
El texto del evangelio de Juan me lleva a pensar que en el mundo actual hay mucha desigualdad, discriminación étnica, racismo, conflictos sociales y conflictos bélicos en distintos países y continentes.
Todas estas situaciones hacen muy difícil la vivencia de la PAZ, una paz integral y duradera que nos permita vivir con la dignidad de hijos de Dios y como hermanos hijos del mismo Padre. Por eso Jesús nos da un mandamiento nuevo, que nos amemos unos a otros como él nos ha amado. En esto conocerán que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros.
En 1997-1998, cuando inició la toma paramilitar en el río Atrato, en el departamento del Chocó, Colombia, las comunidades se reunían para ver cómo hacían frente a esta situación de crueldad y barbarie que buscaba sacarlos de su territorio para implementar grandes proyectos de multinacionales y grandes empresas nacionales.
En una de esas reuniones, una señora afrodescendiente de mediana edad intervino y dijo: “Lo que debemos hacer es sembrar muchos, muchos árboles para que si nos matan, los que vengan después aquí, tengan que comer”. Todas las personas que estábamos en la reunión nos quedamos impresionadas y erizadas con este gesto de amor tan grande. Esta mujer, con la muerte acechando a su alrededor se acordó que otros hermanos y hermanas podían llegar allá y pensó con un corazón lleno de amor en garantizarles comida. Podía haber dicho, estamos en mucho riesgo, en cualquier momento nos matan, para que me voy a esforzar si no me voy aprovechar del trabajo que haga. Sin embargo pensó que podían llegar otros pobladores, y los amó tanto, que quiso dejarles comida sembrada.
Con acciones y gestos de esta calidad espiritual y humana se constata la presencia de Jesús en medio de estas comunidades que quieren vivir en PAZ y esta PAZ les es negada una y otra vez. Con la firma del Acuerdo de Paz entre la guerrilla de las FARC-EP y el Gobierno Colombiano, se vislumbraba una paz duradera y completa; sin embargo con el actual gobierno se ha intensificado de nuevo la guerra y las comunidades sufren confinamiento, desplazamiento, amenazas, asesinatos de líderes y lideresas, violación de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario, minas antipersonales, reclutamiento de niños, adolescentes y jóvenes por los grupos armados ilegales. Este reclutamiento está llevando a que niños y jóvenes se suiciden para no irse con ellos.
El acto de amor de la mujer afrodescendiente nos llena de esperanza para seguir trabajando por la PAZ y nos invita a querernos y apoyarnos como hermanos, hijos del mismo Padre, demostrando que somos discípulos de Jesús.