¿Qué nos dice el texto?
Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
DESDE EL SÍNODO 2021-2023 “Por una Iglesia sinodal”
(hombre, casado, 2 hijos, pertenece a comunidad y movimiento seglar)
A medida que vamos avanzando en los comentarios del domingo del tiempo ordinario me parece cada vez más claro lo profundamente inspiradora que resulta la persona de Jesús (¿a alguien se le ocurre una meta más contracultural y elevada que “Amad a vuestros enemigos”?) y el reto complejo, y por ello mismo tan atractivo, que es seguirle.
Si el domingo pasado subíamos al monte con Él y escuchábamos su “programa” para ser dichosos, en este nos topamos con sus concreciones más prácticas. Teoría y praxis van de la mano, no son realidades paralelas como a veces nos gusta -o interesa- pensar, y Jesucristo más que nadie lo ha vivido hasta el extremo. Esto que hasta cierto punto nos resulta obvio, es de una importancia vital para el ser de la Iglesia que, como nos recuerdan los documentos de preparación al Sínodo, existe para evangelizar.
Y lo es precisamente desde la actitud de cada cristiano, allí donde se encuentre y en las circunstancias que le rodeen (quizás incluso con un punto más de exigencia para los laicos, insertos en las realidades del mundo).
Porque, si de verdad queremos anunciar al Dios que se ha revelado en Jesucristo, que es bueno y compasivo, que usa una medida generosa con todos…tenemos que adoptar su misma actitud hacia los enemigos, los malvados y desagradecidos; tenemos que dejar de ser permanentes jueces de lo ajeno. Pero, sobre todo, tenemos que ser hijos que, con su ser y hacer, muestren que su Padre, de veras, es Amor. Esta es la mayor credibilidad que puede tener la Iglesia en su misión.
En este camino sinodal que hemos emprendido (y que aún tiene mucho recorrido hasta 2023) debemos tener presente -personalmente y en la comunidad donde crecemos- la pregunta por el Dios que anuncio cuando evangelizo. O dicho de otra manera, cómo mi vida transparenta la Presencia de Dios que salva y perdona.
Si este movimiento sinodal de la Iglesia (que se concreta en mí) solo queda en pura teoría, servirá para elaborar una bonita exhortación apostólica digna de biblioteca parroquial pero no ayudará en nada a transformar nuestras estructuras y apostolados para la misión. Pero si usamos una medida generosa con todos (¡y digo TODOS!) quizás, quién sabe, logremos que nuestro Padre pueda acercarse a más hijos en el acto de una compasión activa y ser más Buena Nueva para el mundo.
DESDE LA VIDA COTIDIANA
(matrimonio, seis hijos y siete nietos, él es monitor de Asamblea Parroquial)
ELLA:
Esto que transmite Jesús a sus discípulos es tremendo y de difícil ejecución. La primera reacción de cualquiera que sea agredido de obra o palabra es ponerse a la defensiva e insultar o defenderse con violencia.
Realmente hace falta tener mucha compasión hacia el otro y tolerar con amor. Esta respuesta hace que se desarme el violento.
Yo con mis hijos lo he experimentado cuando cogían un berrinche y les abrazaba fuerte, se les pasaba pronto la agresividad.
Hacer esto de amar a los enemigos y poner la otra mejilla es sumamente difícil. Pero ahora que lo pienso los padres siempre estamos practicándolo.
Damos sin pedir nada a cambio, porque los amamos y ya está… pero cuando el prójimo es alguien que no nos gusta la cosa cambia por completo y no lo podemos realizar.
Pero hay que intentarlo una y otra vez porque ahí radica la felicidad de todos.
ÉL:
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten… Qué fácil parece, que complicado nos lo ponemos a nosotros mismos, cada día, para no hacerlo así.
La medida que uséis, la usarán con vosotros… Cuánto disgusto tenemos cuando no nos tratan como queremos, sino como nos merecemos, por no hacer caso del buen consejo.
Por qué nos cuesta tanto amar a los demás, si sabemos que la Felicidad, con mayúscula, solo nos rozará cuando así lo hagamos.
No se trata de ser como Jesús, algo que nos puede desalentar por parecer imposible, aunque deberíamos intentarlo en cada una de nuestras actuaciones, grandes y chicas, obligatorias o voluntarias, sino simplemente dejarnos llevar de su mano, querer que nos quiera, para así poder amarlo nosotros y a los demás de igual manera.
Trabajemos, ganemos, compartamos y la felicidad vendrá por añadidura, seremos dichosos a los ojos de nuestro Señor.
DESDE EL CONTINENTE DIGITAL
(hombre, casado, 3 hijas, pertenece a comunidad y movimiento seglar)
Twitter tiene entre alrededor de 50 millones de perfiles falsos. Una importante cantidad de esos perfiles se usan para incitar al odio y la violencia de forma impune. Es la red social con mayor nivel de agresividad. Aunque no la única. Las mujeres quedan especialmente desprotegidas, y con frecuencia alarmante, no pueden expresarse en condiciones de igualdad y libertad y sin temor, como denunció el año pasado una conocida organización internacional.
El odio se ensaña especialmente con los más desfavorecidos (aporofobia, xenofobia, homofobia, racismo. machismo…). Y se cuela como el aceite en todos los rincones digitales. Estoy en un par de grupos de facebook. Uno de fotos históricas de mi ciudad. El otro, de arte románico. Podrían parecer remansos de paz, ¿verdad? Pues por muy alejados de polémicas que puedan parecer, también ahí llega el discurso del odio. Y se montan unos pollos algunas veces surrealistas. Siempre estériles, siempre dañinos. Qué pereza, cuando no, qué tristeza… Y eso que no me gusta el fútbol y suelo estar ajeno a las movidas que algunas veces se montan a cuenta del deporte rey.
¿Cómo actuar de modo evangélico ante este ambiente tan agresivo, polarizado, visceral? Creo que los cristianos tenemos algo que decir. Personalmente, por supuesto, pero también como comunidad (el individualismo también se cuela en la fe con demasiada frecuencia).
Está claro. El evangelio de hoy lo manifiesta sin matices: responder en el mismo idioma no es la solución. Es necesario generar espacios de paz y diálogo, elaborar relatos alternativos, participar del debate público en las redes aportando desde la luz y la libertad de los hijos de Dios. Con parresía, como anima el papa Francisco.