Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
DESDE LOS INMIGRANTES Y REFUGIADOS
Esencialmente, durante cientos de años de historia, nos hemos dedicado a separar, desunir, deslocalizar, a trastocar cosas y personas que estaban construidas y creadas con cimientos de Amor de Dios. Esta amalgama con la que Dios echó el resto en nuestra tierra la hemos caducado, nos hemos empeñado en conservarla bajo condiciones perjudiciales, y hoy en día, hemos logrado separar tantísimas cosas que fueron creadas bajo la señal del Amor fraternal.
Una de estas cosas, y quizás la más desangrante, ha sido la deshumanización de la humanidad. Aquello que creo a su imagen y semejanza, para convivir en paz por los siglos de los siglos, es la primera causa de devastación de la creación.
Si nada ni nadie me separará del Amor de Dios, ¿cómo nosotros tenemos la osadía de permitirnos repartir boletos de vida simplemente por el color de la piel que nos diferencia? ¿cómo podemos pretender que por nuestros egoísmos cultivemos el desamor entre los hombres? Si a mi nada me separará del Amor de Dios, ¿cómo podemos permitirnos el lujo de cribar humanidad como si de mala hierba se tratara?
Y mientras tanto, del otro lado, del lado que hemos apartado a la fuerza, que hemos expulsado a la fuerza, del lado oscuro (exclusivamente por el color se su piel), descubrimos con sorpresa, que lo único que brota es humanidad, aunque sea forjada en mimbres de tanto sufrimiento. Aunque luche por comprenderlo, no acierto a digerirlo, llega a perder hasta el sentido, pero ellos, los excluidos, devuelven humanidad cuando lo que han recibido es amargura. Hemos llegado a una de esas incongruencias del ser humano, esa de ser todo menos humano, de crear situaciones insostenibles para si mismo, de empeñarnos en destruirnos, de justificar la selección de siglos por parámetros de supervivencia, lástima no habernos seleccionado en la evolución por condicionantes del amor.
Lástima que todo aquello que dejó Dios unido en la Creación hayamos ido corrompiéndolo durante siglos, y, sobre todo, lástima de no comprender que el Amor al prójimo marca el principio y en fin de cualquier existencia.
Qué maravillosa Palabra, la que nos brinda este domingo, que desde el punto de vista de la familia, tiene tanto que decir, tanto que descubrir, tanto que alabar, espero ser lo más sintética posible. Desde siempre la familia se ha enfrentado a distintos modos de verla, tantas como familias hay o se consideran. Además en muchas ocasiones, supone para los cristianos un dilema moral y pastoral determinadas situaciones. También ha sido muy enriquecedor la exhortación apostólica de Francisco sobre la familia: La alegría del amor. Amoris Laetitia, respira amor por todas partes, las palabras de Jesús sobre el matrimonio y sobre los niños inspira comunión, amor, cercanía, acompañamiento.
Pero la casuística de nuestra vida, la experiencia de nuestras familias, el amor en nuestras comunidades se manifiesta de diferentes maneras: hijos de parejas que aunque crean en el matrimonio, vienen cuando son solteros; parejas del mismo sexo; matrimonios de otras religiones; rupturas matrimoniales y nuevas parejas. En fin, todos son proyectos de amor, que quieren durar en el tiempo, que buscan de alguna manera, todos, la bendición de Dios. Hoy como entonces, preguntamos a Jesús qué piensa, pero no como los fariseos, que querían ponerle a prueba, no, hoy nos ponemos a prueba todos los creyentes, pero la respuesta de Jesús siempre es el amor, el Amor con mayúscula, dejándose tocar por todas las realidades, acercándose al más pequeño y débil, y diciendo que seamos como niños, inocentes, puros, felices, sin prejuicios contra nadie. Él abraza y bendice, únicamente, abraza y bendice.