¿Qué nos dice el texto?
Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
DESDE LA PAZ
(Mujer, soltera, pertenece a comunidad cristiana y movimiento laical)
La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo me recuerda los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena, que es memoria de las “Mesas Compartidas” de Jesús con sus discípulos. Celebramos la memoria de una existencia donada al servicio de los demás hasta la muerte y nos recuerda lo que la vida de los discípulos y discípulas de Jesús deben ser, vidas entregadas por amor para la transformación del mundo. También me recuerda la muerte y Resurrección de Jesús, que al hacer memoria nos remite a las personas crucificadas de hoy, en quienes se encuentra sufriendo Jesús redentor. En esos rostros estamos invitados a seguir el camino redentor que nos salve del egoísmo y la indiferencia. El gran milagro de Jesús no está en multiplicar panes y peces, sino en renunciar a la mentalidad individualista, despertando la solidaridad entre todos para compartir y compartirse. Propuesta que sorprende y pone a prueba la fe de los discípulos en el proyecto de Jesús, que apenas empiezan a hacer suyo.
El símbolo sacramental del Cuerpo y Sangre de Cristo me invita a transformarme en Eucaristía para ser alimento de vida para mi familia, mi comunidad y la sociedad en general. Quiero ser pan partido y compartido.
Las comunidades negras del Medio Atrato, Chocó, Colombia son muy solidarias y esta solidaridad hace que, en medio de la precariedad, ninguna familia pase hambre. Hace varios años acompañé la Semana Santa en una comunidad del río Atrato, llegué a una casa de familia y cuando estaba entrando vi que le entregaban a la dueña de la casa varios racimos de plátano. Me puse contenta porque en esos días el plátano estaba escaso y pensé “tenemos comida asegurada”. Cuando entré a la cocina ví montoncitos de plátano y muchachitos que entraban y salían llevando su montón. Entonces le digo a la señora: está bien que comparta, pero ¿nos alcanzará lo que queda? Me contestó: usted ha venido varias veces a mi casa y ¿alguna vez ha pasado hambre? Yo no puedo guardar ese plátano sabiendo que la mayoría de las familias no tienen en la casa. Yo soy feliz cuando todas las familias tienen qué comer y mire que nunca nos ha faltado. Hubo comida más que suficiente y aprendí esa hermosa lección de solidaridad. Eso es Eucaristía, por eso cada celebración de este sacramento nos debe llevar a ser más generosos, serviciales y solidarios. Cuando somos solidarios y compartimos, estamos construyendo PAZ.
DESDE EL SÍNODO 2021-2023 “Por una Iglesia sinodal”
(hombre, casado, 2 hijos, pertenece a comunidad y movimiento seglar)
El evangelio de este domingo nos introduce en la solemnidad del Corpus Christi y nos sitúa ante un misterio que, año tras año, meditamos y oramos. Es un Misterio que Cristo permanece dándose, a sí mismo, en su cuerpo y en su sangre (también en su Palabra) en la vida litúrgica de la Iglesia. Es un misterio que nosotros, por la fuerza de su Espíritu, permanecemos unidos a Él y somos parte de su Cuerpo. Es un misterio que la bendición y los dones de Cristo sigan repartiéndose en pan para tantos que lo necesitan. Es un misterio que las manos misericordiosas del Señor continúen curando tantas vidas a través de los más impensables y diversos servicios y modos de entrega. En fin, este domingo nos hace entrar un poco más en el Misterio de Dios-Hijo que podemos palpar en la vida de la Iglesia.
Desde una perspectiva sinodal es hermoso pensar que nuestro “caminar juntos” como Iglesia no es una suerte de carrera, sino que caminamos precisamente porque formamos parte de un Misterio que se mueve en la historia… “caminamos en”.
Y el evangelio, en relación a lo anterior, nos recuerda otra cosa este domingo que toca a la sinodalidad y a la vida de la Iglesia. La bendición de Dios, su gracia que es capaz de multiplicar pan y compartirse en él, no es nuestra, no somos sus dueños ni la poseemos. Somos servidores todos, cada uno desde la vocación que le es propia. Nosotros, como aquellos primeros Doce, somos los que repartimos las cestas; los que acercamos el Misterio en lo concreto del día a día en casa, en el trabajo, en la educación de los hijos, en el servicio al Reino, en el cuidado de los mayores y enfermos, en la lucha por la dignidad de todos los hijos de Dios…en todas esas cosas (y más aún) se experimenta que la sinodalidad no es “teórica” sino un movimiento del Cuerpo del mismo Cristo en el que tú y yo somos una célula de gracia.
DESDE EL CUIDADO A LOS MAYORES
En este trozo del Evangelio, Jesús les dice a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”. No es una imposición de Jesús, más bien es pedirles una colaboración, hacer partícipes a sus discípulos de su misión. Como a sus discípulos, Jesús hoy me dice a mí hoy “Dales de comer”. Como no estoy en un descampado, rodeado de un gentío, tengo que preguntarme, ¿a quién le tengo que dar de comer? Y después, ¿qué clase de comida?
En la lista de personas a las que tengo que dar de comer, mis padres ocupan un lugar preferente. Esta pregunta parece fácil de responder. Vamos por la segunda, ¿qué clase de comida? Aquí tengo que ser más imaginativo, porque no es la comida material la que necesitan. Necesitan de mi ayuda, de mi compañía, de mi tiempo. “Dar de comer” a personas mayores es acompañarlas, estar a su lado. No tienen que ir a las aldeas cercanas a buscar comida y cobijo. Lo tienen que encontrar en quienes estamos a su lado.
Y hay dos cosas más. La primera es el gesto que hace Jesús sobre los alimentos: “pronunció la bendición sobre ellos”. Porque el alimento que les tengo que dar no es mío, viene de Dios. Él es el único capaz de dar ese alimento que necesitan. Él es el único capaz de hacer que ese alimento reconforte y de fuerzas. Y la segunda cosa: “Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos”. Cuando se reparte este alimento, no haciendo mi voluntad sino haciendo la voluntad de Dios, nunca falta la comida, nunca faltan las fuerzas, nunca nos vence el cansancio. Todos se sacian de buen alimento e incluso sobra.