SEGUNDO PASO: MEDITATIO

¿Qué nos dice el texto?

Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.

DESDE EL SÍNODO 2021-2023 “Por una Iglesia sinodal”

(hombre, casado, 2 hijos, pertenece a comunidad y movimiento seglar)

Este domingo nos encontramos con uno de esos pasajes fundamentales que todo cristiano debería tener continuamente presente porque, aún pasados dos mil años, sigue manteniendo su fuerza y vigencia. Y lo hace porque atañe a una cuestión básica, nuclear, que afecta a toda persona que viene al mundo: dónde y cómo encontrar la felicidad. 

Vivimos en un mundo que ofrece una enorme variedad de posibilidades para “ser feliz”, tanto que al final la felicidad acaba por ser un producto más de consumo que se puede adquirir mediante una serie de bienes o experiencias. Mientras preparaba este comentario recordaba una conversación, hace ya bastantes años, con un sacerdote con quien tuve la oportunidad de trabajar en un servicio pastoral. Él decía -y cada vez lo comparto más- que el término “buscar la felicidad” le asqueaba porque, como se entiende en nuestra cultura, va dirigida a la emoción, a la mera satisfacción en la vida (que, ojo, es lícito y necesario). En su lugar él proponía hablar de realización o plenitud que no es algo puntual, ni una meta que se alcanza de una vez y para siempre, sino que requiere trabajo y cuidado interior. 

Al presentar las Bienaventuranzas Jesús no miente. Dice el texto que levanta sus ojos a los discípulos -¿alguien conoce una manera más directa de dirigirse a alguien?- y les propone un camino radicalmente distinto al del mundo de aquella época -y al nuestro-, advirtiendo que no va a ser un camino de rosas. Ciertamente me da cierto vértigo comentar más las Bienaventuranzas porque creo que es hacerles un flaco favor (además que ya existe una literatura preciosa), hablan solas y cuestionan por sí mismas cuando uno mira la vida de Jesús y ve, sin trampa ni cartón, que la plenitud de la vida se alcanza precisamente dándola por Amor, no solo buscando aquello que me hace sentir feliz. Son dos cosas bien distintas.

En clave sinodal, como Iglesia que es interpelada aún hoy por la mirada del Bienaventurado por excelencia, me pregunto si en nuestra propuesta evangelizadora nos limitamos a vender nuestro “plan de felicidad” a unos pocos fieles a reuniones y encuentros o si, por el contrario, estamos dispuestos a vivir -y testimoniar- con todas sus consecuencias que el verdadero gozo lo alcanzamos llevando a otros que lo necesitan a una vida más plena. En caso de duda…” ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!

DESDE LA VIDA COTIDIANA

(matrimonio, seis hijos y siete nietos, él es monitor de Asamblea Parroquial)

ELLA:

Es muy reconfortante oír estas frases de Jesús, animando a llenar nuestro espíritu y nuestra vida en vez de con riquezas materiales, de bondad hacia los demás. 

Aquí reside nuestra felicidad y la del prójimo, dándonos, luchando por lo injusto y lo que crea malestar para los más cercanos. 

Puede hacernos pensar que el ser rico está proscrito para Jesús y entiendo que no es así, lo que quiere expresar es que hay que compartir siempre y no acumular inútilmente. 

Las bienaventuranzas son de una perfección sublime. Nos muestran la justicia Divina en todo su esplendor. 

Son de obligado cumplimiento en la familia. Siempre tenemos que estar atentos y mirar a quién le hace falta nuestra ayuda urgente: hijos, nietos, hermanos, marido…

ÉL:

Cuántas veces he escuchado y leído las Bienaventuranzas, docenas, centenas, …, pero cuántas veces las he entendido; pocas y relativamente recientes.

Me preguntaba, desde mi perspectiva e ignorante posición del primer mundo acomodado, por qué era malo disponer de medios económicos y sustento suficientes para vivir holgadamente si eran “justa” contrapartida a mi trabajo y esfuerzo, para mí y mi familia. Por qué era malo disfrutar con mesura de la vida y disfrutar de cierto reconocimiento social.

No son malas porque sí, son malas por considerarlas “justas” por “mi lo que fuera” y para mi entorno en exclusiva: hay que COMPARTIR, reconocer la ayuda de Dios en los buenos resultados de mi lo que fuera (trabajo, esfuerzo, …).

A partir de ahí empiezan a ser cosas buenas, porque sirven para acrecentar el Amor de Dios en nuestro derredor.

Trabajemos, ganemos, compartamos y la felicidad vendrá por añadidura, seremos dichosos a los ojos de nuestro Señor.

DESDE EL CONTINENTE DIGITAL

(hombre, casado, 3 hijas, pertenece a comunidad y movimiento seglar)

¡Qué difícil me resulta comentar este evangelio! En primer lugar, porque me cuesta entenderlo. Ha sido interpretado de tantas formas, algunas rayando lo perverso… Vete a un barrio marginal y dile a una madre que no sabe qué le dará a sus hijos mañana de comer que sea feliz, que el Reino de Dios le pertenece… a alguien que sufre una desgracia que es muy afortunado porque tiene un lugar especial en el cielo cuando llegue su hora… Cuán largo me lo fiáisamigo Sancho, que diría el flaco loco.

También en el mundo cibernético hay estas desigualdades. La triste brecha digital viene a sumarse como un nuevo tipo de exclusión. Ha quedado muy patente en este tiempo de pandemia. Niños que quedan excluidos de la formación telemática por falta de recursos; personas que no podían teletrabajar por lo mismo; ancianos que de repente quedaban sin poder ver a sus nietos, sin poder/saber establecer una videollamada en el whatsapp, el zoom o el skype; estudiantes que no podían pagar una banda ancha, tenían un ordenador que iba a pedales y no podían ir a las cerradas bibliotecas a estudiar o consultar; parados que no sabían pedir la prestación por desempleo por internet con las oficinas físicas cerradas a cal y canto; enfermos que no podían acceder/pagar una teleconsulta…

¿Cómo conciliar esto con ese ¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!”? Yo, sinceramente, no lo sé. Sólo tengo la intuición, tampoco sé muy bien por qué, salvo porque Jesús demostró una clara predilección por ellos, que Dios está allí. Escondido, misterioso. Pero está allí. También en los excluidos digitales. Y si quiero estar cerca de Él, tendré que estar cerca de ellos. Habrá que echarle imaginación y ganas.


Publicado

en

por

Etiquetas: